A día de hoy, cada vez son más las familias en las que padres y madres invierten la mayoría de su tiempo en sus puestos de trabajo o negocios. Pero no solo es el trabajo su obligación. Se quiere llegar a todo. Combinar una jornada laboral de 8 horas (si no son más), con llevar el rumbo de una familia, un hogar, colegios, actividades extraescolares, deporte y ocio.
Todo ello consume un tiempo, que en muchos casos, no se dispone. Y ante la imposibilidad de hacer frente a todo esto, se busca ahorrar el máximo tiempo posible en algunos aspectos, como por ejemplo la alimentación.
A diario, un padre/madre cualquiera, prepara el desayuno a sus hijos, con cereales de chocolate de una marca muy conocida y zumos de “frutas” envasados, ambos igual de conocidos. Estos productos probablemente se hayan adquirido en la compra semanal, en la cual, se intenta invertir el menor tiempo posible.
Siguiendo con la rutina de estos niños, llegará la hora de la comida, y en el menú escolar, se encontrarán con una combinación de productos precocinados o congelados y productos naturales, como puede ser la fruta del postre (y que en muchos casos ni si quiera lleguen a probarla).
A su vez, este padre o madre cualquiera, comerá cualquier plato rápido ya preparado o picará algo en el trabajo, ya que no tiene más que 15 minutos para comer.
Tras el colegio, los niños evitan la fruta e insisten en comer una chocolatina, bollería o una bolsa de patatas, que finalmente el padre o madre les acaban dando.
Al finalizar la jornada, los colegios, las actividades extraescolares y el deporte, lo último que apetece es dedicar tiempo a la cocina para preparar la cena, por lo que se opta por una cena rápida: plato precocinado (pizza, pollo, pasta…).
Esto ocurre en muchas familias y todas ellas tienen un enemigo en común: el TIEMPO. Además, vivimos en una época en la que cada vez es mayor la disponibilidad y variedad de los productos, la accesibilidad a la “comida rápida” y todo ello, facilita el ahorro de nuestro valioso tiempo. La mayoría de las familias invierten el menor tiempo posible en realizar la compra de la semana y lo más probable es que no se paren a pensar en cómo pueden influir en su cuerpo los alimentos de sus carros. Pero estamos equivocados. La información nutricional de las etiquetas de los envases no ayuda y no sólo por el minúsculo tamaño de la letra, sino por su contenido. Se requiere tiempo para leer y entender lo que pone en las etiquetas y es por ello por lo que no prestamos la atención que se merece.
La alimentación es fundamental. Pero es un hecho, que los países con mayor disponibilidad de productos ultra procesados y con falta de tiempo, encabezan las estadísticas de los índices de obesidad. Por tanto, está claro que no son suficientes las sugerencias de las autoridades sanitarias y deben ser otros organismos superiores, los que deben implantar medidas que promuevan el cambio a dietas más saludables. Y solo está en manos de Gobiernos y Parlamentos, aprobar una legislación que regule la forma en la que se proporciona la información y los valores nutricionales en los productos, de una manera sencilla y legible para todo el mundo.
En conclusión, vivimos en una sociedad que a priori está muy concienciada sobre la importancia de los hábitos de vida saludables y, que, a diferencia del pasado, tiene a su disposición toda la información necesaria para llevar una dieta sana y a pesar de ello, los índices de obesidad siguen creciendo. Por tanto, factores importantes siguen fallando.
Por Dr. Arturo Isturitz